Como dijimos hace unos días: hablar de The Exploited es hablar de una de las bandas más emblemáticas, incendiarias y controversiales del punk británico. Nativos de las entrañas obreras de Edimburgo de los años setenta, su historia es también la historia de una era de tensión social, con una juventud que encontraba en el ruido y la furia un canal de expresión radical. Algo que muchos podrían argumentar mucho no ha cambiado. El pasado lunes 28 de abril, su regreso a Chile como parte de su gira de despedida puede ser un puntapié de evidencia.
Y es que el último show de los británicos no fue sólo un concierto, fue una ceremonia de caos, resistencia y memoria viva, donde el Teatro Caupolicán se tatuó un mote nuevo: Teatro Caupolipunk.
El público que llegó puntual al clásico recinto de barrio San Diego comenzó a agitarse desde temprano con la banda nacional Gordom, representantes del crossover criollo que entregaron una descarga breve pero contundente, marcada por riffs agresivos y actitud escénica que pese al escaso número de asistentes, no decayeron en lo más mínimo. Más tarde, los rusos de Moratory dieron la sorpresa tomando el relevo con una arremetida de d-beat crudo y sombrío, que conectó directamente con los sectores más extremos del público. Fue un acierto incluirlos: pocas veces se ve en Santiago una banda extranjera que logre conjugar el ruido, el nihilismo y la agresividad con tanta coherencia como la que mostraron.
Pero fue con The Exploited que todo estalló. Cuando Wattie Buchan apareció sobre el escenario con su inconfundible mohicano naranja, el tiempo pareció plegarse sobre sí mismo. La figura del escocés es hoy más símbolo que hombre: sobreviviente de ataques cardíacos, cirugías, controversias, y décadas de confrontación ideológica. Su mera presencia es un recordatorio brutal de lo que alguna vez fue el punk como proyecto cultural de choque.
Desde los primeros acordes de Let's Start a War hasta los clásicos como Beat the Bastards y Sex & Violence, donde el público siguió la tradición de subir al escenario en masa como un miembro más de la banda, el Caupolicán vibró como una trinchera en ebullición. La Barmy Army chilena, incondicional y feroz, respondió con pogo incesante, cánticos y banderas que mezclaban símbolos anarquistas y antifascistas. El mensaje estaba claro: el legado de The Exploited en América Latina es profundamente político, visceral y comunitario.
En medio del frenesí, hubo espacio también para recordar el impacto histórico del grupo con verdaderos himnos de una gneración entera. The Exploited no solo fueron piezas clave del movimiento UK82, junto a bandas como Discharge o GBH, sino que redefinieron la crudeza del street punk con discos como Punks Not Dead (1981) y Troops of Tomorrow (1982). Más adelante, con Death Before Dishonour (1987) y The Massacre (1990), lograron un híbrido entre punk y thrash que los acercó a nuevas generaciones desde el metal extremo hasta el hardcore, un aspecto interesante que se notó en la variedad estética del público.
Con canciones como Dogs of War, Alternative o Army Life, la banda escocesa disparó contra todo y todos, en una hora y media sin pausas ni concesiones. Wattie, a sus 66 años, escupió cada verso como si aún tuviera veinte y estuviera en las calles de Edimburgo peleando contra Margaret Thatcher. Fue un acto de resistencia encarnada, un último escupitajo al establishment desde la trinchera del punk más sucio y ruidoso.
El Caupolicán, recinto testigo de luchas sociales, asambleas estudiantiles y conciertos históricos, pareció el lugar adecuado para cerrar un ciclo. Porque lo de The Exploited no fue un adiós cualquiera: fue el cierre de una etapa en que el punk fue una amenaza real, no un souvenir de rebeldía estética. Y en tiempos donde la furia parece necesaria más que nunca, verlos en vivo fue también un ejercicio urgente.
The Exploited no es una banda fácil de amar. Pero tampoco nació para eso. Su función ha sido siempre la de incomodar, agitar, provocar. Y en su despedida chilena lo lograron con creces. Porque, citando una nota que escribimos anticipando este show, mientras Wattie siga gritando, el punk no ha muerto. Aunque esta gira sea su canto del cisne, su legado —hecho de distorsión, sudor y controversia— seguirá latiendo en cada bota, en cada riff, y en cada mosh pit que levanten las generaciones por venir.
Setlist
Let's Start a War (Said Maggie One Day)
Fight Back
Dogs of War
The Massacre
UK 82
Chaos Is My Life
Alternative
Noize Annoys
Troops of Tomorrow
Never Sell Out
I Believe in Anarchy
Drug Squad Man
Rival Leaders
Beat the Bastards
Affected by Them
Cop Cars
Disorder
Don't Forget the Chaos
Fuck the System
Porno Slut
Army Life
(Fuck the) U.S.A.
Sex and Violence
Punks Not Dead
Was It Me
Reseña por René Canales
Fotos por Francisco Aguilar
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