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#LiveReview: The Winery Dogs "Menos siempre será más"


   En solo 3 años, desde su debut en sociedad, The Winery Dogs ha conformado un culto entre sus cada vez más numerosos seguidores. Al momento de aquella primera visita a nuestro país en 2013, el power-trío se presentaba como uno de los tantos super-combos cuyos componentes, en apariencia, parecieran unir fuerzas solamente para ‘pasarlo bien’ girando por el orbe exponiendo exitosamente su transversal propuesta, una que abarca el Rock duro, el Blues, el Soul-Funk y, por qué no, el Jazz Rock. Sin embargo, tras la edición del reciente y más rockero “Hot Streak”, quedó claro que el asunto va más allá, al punto de que el mismo Mike Portnoy aseguró, hace un tiempo, que The Winery Dogs era su banda principal (Dream Theater ya es asunto del pasado). Lo que puede parecer, para muchos, palabras ‘para la galería’, en realidad quedó reflejado la noche del viernes 27 de Mayo, en un repleto  (y agotado) Teatro Cariola, con poco más de 1.500 eufóricos fans, muchos de ellos vistiendo poleras con el logo de la banda.


    No obstante, el cartel incluía un histórico y potente número de apertura que aterrizaba por primera vez en suelo nacional. Hablamos de Jeff Scott Soto, el hombre cuya voz aguda y cristalina quedó inmortalizada en los primeros trabajos de Yngwie Malmsteen (“Marching Out”, hasta hoy, permanece como insuperable dentro del catálogo del violero sueco luego de tres décadas) y con una etapa exitosa en el cuerpo al frente de Talisman, una agrupación de culto que, pese a su escaso éxito a nivel mediático, es considerada un referente fundamental para los amantes del Hard Rock con vocación melódica.

   El reloj marcaba las 20:40 horas cuando, luego de una bombástica intro, se dejaban caer los primeros acordes de ‘Freakshow’, corte perteneciente al reciente “Divak”, segunda placa en estudio de S.O.T.O., el proyecto ‘solista’ liderado por el cantante de origen portorriqueño que cuenta entre sus filas al eximio guitarrista español Jorge Salán (recordado por su exitosa etapa en Mägo de Oz), en quien Jeff ha podido encontrar un colaborador importante, conformando una dupla a la altura de Page/Plant, Tyler/Perry, Blackmore/Dio, etc. Desde el minuto cero pudimos apreciar un despliegue técnico y escénico que deja claro de inmediato que el protagonismo no será exclusivo del plato de fondo.

   Uno por uno se deja caer potentes y certeros cortes como ‘Weight Of The World’, ‘21st Century’, ‘The Fall’ y ‘Cyber Masquerade’, todos representando de manera contundente el presente de un personaje que, a sus 50 años, y pese al desgaste de su voz respecto a sus años de juventud (el alcance es necesario, pese a lo obvio que parece), da cuenta de una personalidad cuyo magnetismo le permite ganarse sin mayor apuro a un público que no tarda en caer rendido ante tamaña muestra de calidad y actitud. Un momento para enmarcar de por vida llegaría con la magistral interpretación de ‘Warrior’ (obligado y acertado rescate de su época en la banda de Axel Rudi Pell), con JSS luciendo un registro soberbio, a pesar de que, a ratos, parecía forzado. Sería en ese momento, cuando intercalaría aquella gema del “Between The Walls” con ‘Living The Life’, donde el moreno y robusto cantante se permite el lujo de interactuar con el público, al punto de ‘enseñarles’ a los asistentes el coro que solo unos pocos conocían de memoria. ¿No te sabes la letra? Es muy fácil, Jeff Scott Soto se dispondrá a enseñarte. Más que gentileza, una clase magistral de oficio, algo que el tipo lleva impregnado en la piel.

     La velada seguiría con el single ‘Unblame’, una muestra de contundencia y elegancia que cuenta con una notable ejecución por parte de los músicos que acompañan a JSS en esta aventura. Desde las melodías destellantes que Jorge Salán le saca las cuerdas de su Gibson SG hasta las habilidades ilimitadas que posee el bajista David Z, por lejos la figura indiscutida en un equipo conformado por intérpretes a nivel de academia y/o conservatorio. Porque al momento de repasar un par de clásicos de Talisman, luego de una excelente ‘Tears In The Sky’, sería en ‘I’ll Be Waiting’ donde el excelso bajista se daría el lujo de demostrar sus habilidades sobrehumanas con sendas versiones de ‘Billie jean’ (Michael Jackson) y ‘Don’t Stop Believin’ (el mega-clásico de Journey), esta última con BJ (guitarra y teclados) tomando el micrófono y poniéndose los pantalones de Steve Perry con una calidad vocal estremecedora. Rematando el set inicial, llegaría un regalo para los fans de Yngwie Malmsteen’ mediante unas breves pero punzantes versiones de ‘I am a Viking’ y la clásica ‘I’ll See the Light Tonight’, con el público cantando los coros con puño en alto. Y para el cierre, una versión colosal de ‘Stand Up’ (original de Steel Dragon, la banda ficticia de Heavy Metal que protagoniza el film “Rock Star”, protagonizada por Mark Whalberg), cantada a todo pulmón por los asistentes que, por alrededor de 1 hora, tuvieron el privilegio de disfrutar del mejor Hard Rock del mundo, aquel que no conoce de modas pasajeras, sino de categoría suprema. Tan suprema como lo fue la presentación de un cantante de origen latino que, al frente de su propio proyecto, mantiene su vigencia y calidad incólumes a todo. Debut en suelo local aprobado con honores.


   Luego de unos 20’ de espera, con las cámaras listas para grabar lo que será el próximo DVD/BRay luego del excelente “Unleash The Beast: Live In Japan”, y con el telón de fondo ya instalado, solo bastó que las luces se apagaran para que el recinto ubicado en calle San Diego se viniera abajo. Y con la sola aparición de Richie Kotzen, Mike Portnoy y Billy Sheehan (¿tiene sentido presentarlos?) también se daba inició a la segunda visita de The Winery Dogs, abriendo los fuegos con el brutal estallido de ‘Oblivion’ el corte que da inicio a “Hot Streak”, la placa que no solo los trajo por estos rumbos, sino también reafirma un éxito merecido que solo se compara con una calidad creativa y técnica que no da cabida al análisis objetivo. No hay nada específico que pueda explicar la reacción inmediata de poco más de un millar de fans que se saben las letras de memoria, incluso dejando en segundo plano la voz de Kotzen en los coros. Menos en la siguiente ‘Captain Love’, con la banda haciendo gala de una potencia abrumadora mediante un groove tan amenazante como sensual (‘marca registrada’ propia de Kotzen). Van solo dos canciones y ya se puede anticipar una presentación impecable, sin puntos bajos.

   Luego de un primer repaso al debut homónimo con ‘We Are One’ (imposible abstraerse a esos coros, esas habilidades técnicas que te hacen creer en la existencia de Dios o como lo llamen)), llegaría el primer saludo al público por parte de un Richie Kotzen bastante sobrio a nivel escénico pero categórico como intérprete total. Así es como sigue el show de la mano de ‘Hot Streak’, un corte que define de la manera más fiel (im)posible la versatilidad técnica y creativa de un combo en ccual cada componente no para de dar lo mejor de sí. La sociedad rítmica que conforman Mike Portnoy y Billy Sheehan se puede jactar de poseer una precisión milimétrica que asombra hasta al más escéptico. Al igual que la siguiente ‘How Long’, un ejercicio de coordinación, ejecución y melodía en el cual la dupla Sheehan-Portnoy hace y deshace a su antojo. El groove reptante de ‘Time Machine’ (con Billy Sheehan ejerciendo el papel de ‘gemelo’ de Kotzen’, instrumentalmente hablando) y el swing golpeante de ‘Empire’ reafirma la efectividad de una fórmula en que la sencillez y la creatividad conforman una mezcla explosiva, a base de Rock n’ Roll honesto y sofisticado a la vez. Ni tan sucio ni tan sobreproducido, algo que pocas bandas logran de manera exitosa al momento de trabajar una propuesta similar.



  Luego de una primera mitad de Rock n’ Roll a la vena, llegaría el momento más íntimo de la noche, con Richie Kotzen (guitarra acústica en mano) despachándose una sublime y emotiva interpretación en ‘Fire’,  dando cuenta de sus dotes como cantautor, una faceta que suele explotar bastante en sus presentaciones solistas, pero que encandila tanto a los fans como a los no tanto. Quizás se le puede acusar una puesta escénica bastante sobria y prolija respecto a sus compañeros de banda, pero al público poco le importa, porque es su sello. El tipo, con más de 25 años de carrera, no necesita recurrir a ninguna otra postura ante quienes tienen claro que su música habla por sí sola. Lo mismo se puede apreciar en ‘Think It Over’, con Kotzen sentado en el teclado dando cuenta de su reputación como músico completo, algo de lo que pocos pueden jactarse como lo hace él, colocándose fácilmente a la altura de eminencias como Stevie Wonder. Sin necesidad de recurrir al mainstream, como siempre ha sido. Grandeza, sentimiento y versatilidad en su máxima expresión.

   Y así como Richie Kotzen tendría su espacio para exponer su currículum, Mike Portnoy no podía ser menos, por lo que su momento ‘solista’ era la oportunidad para hacer gala de sus dotes como uno de los mejores percusionistas del mundo, incluso permitiéndose el lujo de pararse de la batería para golpear el suelo, los atriles del micrófono, bajarse del escenario con sus baquetas ‘golpeando’ todo a su paso, incluso el soporte de una de las cámaras ubicadas a un costado del escenario. Debe ser por lo mismo que da tanto gusto verlo tocar más que escucharlo: Portnoy es un tipo al que le gusta pasarlo bien junto a sus fans. Para muchos puede ser una postura de ‘Rock-star’, pero de eso se trata el Rock n’ Roll: pasión y locura sobre el escenario. Y eso lo hace un tipo total, más allá de lo que digan los puristas respecto a su puesta escénica. A Portnoy poco y nada le importa, él sabe que se debe a sus fans y lo disfruta. Nosotros también.

  El pedal del acelerador volvería a ser pisado en ‘The Other Side’, con olos tres sujetos intercalándose el protagonismo en partes iguales, aunque lo que hace Kotzen con su Telecaster resulta  una auténtica clínica para los amantes y practicantes de la seis cuerdas, ya sea Blues, Rock o, incluso, Pop. Debe ser aquella cualidad transversal en que radica la fórmula de este power-trío, una que incluye todos los gustos, sin necesidad de recurrir a etiquetas inputiles, sino a la actitud presente en cada nota, cada acorde, cada golpe de baqueta. Por cierto, da gusto sentir cómo Portnoy se ‘disfraza’ de Keith Moon (su gran héroe, junto a John Bonham y Neil Peart) en cada golpe, recordándonos de qué se trata esto del Rock n’ Roll las veces que seas necesarias y más.


   Si no habíamos mencionado a Billy Sheehan antes como sí a sus dos compañeros de fechorías, es porque su presencia se mantiene omnipresente, incluso como compañero de cuerdas de Kotzen. Pero su turno ‘en solitario’ llegó perfecto para apreciar las cualidades técnicas e interpretativas que lo hace una eminencia absoluta de las bajas frecuencias. ¡Cuánta técnica y, sobretodo, sentimiento en cada nota, por Dios! Imposible no maravillarse ante calidad y genialidad juntas. Menos si se trata de un músico que, sobre el escenario, se siente cual hábitat natural, derrochando de esta manera un carisma que lo ha hecho, hasta hoy, un personaje querido por fans y colegas por igual. Una clase magistral de tapping y barridos en bajo no sería lo mismo sin un maestro que no para de sonreír. Sheehan lo hace de manera natural y vive de eso: sonriendo mientras dicta cátedra a nivel masivo. Un ‘crack’ por donde se le mire.



  Luego de la breve pero exquisita clínica dictada por el eximio bajista, llegamos al último tramo del show de la mano de ‘Ghost Town’, con el trío exhibiendo una calidad que traspasa todo tipo de preferencias. Te puede gustar The Winery Dogs o no, pero existen tres sujetos que poco y nada les importa lo que pienses cuando te pueden ofrecer algo que resiste a todo tipo de análisis y críticas, algo que solo los grandes de verdad son capaces de lograr sin necesidad de publicidades mediáticas ni nada por el estilo. Arte y actitud sobre el escenario, algo que prima entre los fans de la buena música. El groove sensual de ‘I’m No Angel’ mantiene la línea seductora de una fórmula cuya acogida entre los fans es inmediata. Impresionante el cómo tres de los mejores músicos del mundo, conscientes de sus capacidades, logran transmitir un sentimiento envolvente mediante una propuesta tan sencilla como atractiva. ‘Menos es más’, reza el dicho y TWD lo pone en práctica con naturalidad. Y cerrando el set inicial, la inyección de adrenalina con ‘Elevate’, con el público adueñándose del coro, incluso opacando a un Kotzen alborozado ante la reacción de los fans y, obviamente, de todo el recinto. Podemos afirmar con autoridad que se trata del corte más representativo de todo lo que es The Winery Dogs en su esencia y ellos lo saben. Ejecución, energía, originalidad… En vivo, todos esos elementos cobran dimensiones colosales, ante lo cual no queda otra opción caer rendido de rodillas. Y para rematar el show, primero una melancólica y sutil versión de ‘Regret’, certera evocación de los sonidos propios de los ’70, pero manteniendo la frescura del presente. Y para el cierre, el groove ganchero y festivo de ‘Desire’, corte encargado de clausurar una jornada en la que la sencillez y el virtuosismo derivaron en un espectáculo hecho a la medida de todo melómano declarado. No hubo necesidad de pirotecnia ni fanfarrias superficiales, porque lo que primó durante un par de horas fue la música, la pasión por sobre todo tipo de etiquetas y experimentos. En solo tres años, The Winery Dogs no solo ha consolidado su ‘relación sentimental’ con el público local, sino mucho más. Teniendo todas las herramientas para configurar una propuesta musical quizás más compleja y menos accesible, Kotzen, Sheehan y Portnoy eligieron el camino de la pasión y la diversión sin sacrificar en ningún momento la calidad. Hace tres años, The Winery Dogs debutaba en nuestro país como el gran ‘supergrupo’ del momento. Hoy, año 2016, esa categoría no alcanza para definir a una banda que se mueve y baila por sí sola. Menos siempre será más, y eso es lo que importa en el Rock n’ Roll. ¿Podemos pensar en una tercera visita? Ni dudarlo.

Escrito por: Claudio Miranda
Fotos por: Ignacio Gálvez de Redeyes

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