Haken: Virtuosismo progresivo en el corazón de Santiago


La noche del 02 de mayo, el Teatro Cariola se transformó en un santuario para los devotos del metal progresivo. Anticipado por muchos como un encuentro de culto, la ceremonia virtuosa donde la precisión técnica se fundió con una energía humana que pocas veces se ve en un género a menudo acusado de frío o cerebral. La presentación de Haken, acompañada por la banda chilena Delta, dejó en evidencia que la complejidad musical no está reñida con la emoción colectiva.

Desde antes de que se abrieran las puertas, la atmósfera ya estaba cargada de un entusiasmo palpable. Y es que, cuando se trata de rock progresivo, Chile es un mercado fértil en seguidores. Conversaciones en la fila sobre conciertos recientes y futuros del género, junto con una galería de poleras que oscilaban entre la banda de la noche y otros nombres clave del progresivo moderno —como Leprous, Dream Theater o Between the Buried and Me— lo confirmaban. La expectación no era menor: el regreso de Haken a Chile se sentía como una verdadera misa de reencuentro para los fieles del género.


El público, de edades variadas, mantuvo un respeto casi reverencial durante la apertura de Delta. Lejos de la típica indiferencia que puede existir hacia la banda telonera, la audiencia los escuchó con tanta atención como si la noche fuera de ellos. Sin dudas fue un acierto que abrieran el espectáculo, cada cambio de tempo y cada solo interpretado con lujo de detalle fue recibido con aplausos sinceros. Delta respondió con un show seguro y potente, mostrando que sus 20 años de trayectoria les han dado no solo técnica, sino también madurez escénica.

Cuando las luces se apagaron para anunciar a Haken, el Cariola estalló. No hubo pogo ni moshpit, porque bien se sabe que este tipo de concierto se vive de otra manera: con la cabeza en movimiento incesante, los ojos fijos en los músicos y las manos listas para aplaudir cada sección compleja ejecutada a la perfección. Sin embargo, la energía era intensa. Bastaba con mirar las primeras filas para ver a fans coreando pasajes instrumentales, señalando al aire con cada corte rítmico o simplemente cerrando los ojos, absortos en las atmósferas que la banda iba tejiendo.


La interacción entre banda y público fue constante, pero medida. Ross Jennings, vocalista y frontman de Haken, no es de grandes discursos, pero cada vez que agradecía, lo hacía con una sonrisa sincera y un gesto humilde. “Es increíble estar de vuelta en Santiago, es una de nuestras ciudades favoritas para tocar”, dijo en uno de los momentos hablados de la noche, generando una ovación que pareció durar varios minutos. No hizo falta más: la conexión ya estaba establecida, tejida nota a nota.

Uno de los momentos más especiales fue cuando sonó “Cockroach King”, no solo por su estatus de himno, sino por la forma en que la audiencia lo vivió: cantando incluso las líneas instrumentales, celebrando cada quiebre con saltos y vítores. Fue una manifestación de complicidad artística rara vez vista en este tipo de conciertos. En otros momentos, como en las interpretaciones de “1985” o “Canary Yellow”, se notó cómo la audiencia cambiaba su estado: de la exaltación colectiva al recogimiento individual, siguiendo las distintas emociones del set como si se tratara de una obra teatral.


El sonido fue nítido, potente y envolvente, lo cual también contribuyó a la experiencia casi inmersiva del concierto. El Cariola, con su acústica natural y su capacidad intermedia, resultó ser el escenario ideal: lo suficientemente grande como para sentir la magnitud del evento, pero lo bastante íntimo como para conservar el calor de un show cercano.

El bis con “Visions” fue la culminación perfecta. Mientras la banda desplegaba uno de sus temas más largos y ambiciosos, muchas personas simplemente se dejaron llevar. Algunos con lágrimas visibles, otros con una sonrisa que no les cabía en la cara. No hubo celulares en el aire —al menos no de forma masiva—, sino una presencia completa en el aquí y ahora. Fue una muestra de que, incluso en una era saturada de estímulos rápidos y distracciones, todavía hay espacio para la música que exige atención, que se toma su tiempo, que construye una narrativa compleja pero profundamente humana.

Al salir del teatro, muchos se quedaron en la vereda comentando, riendo, abrazándose. Como si no quisieran que se terminara ese paréntesis de comunión progresiva. La noche de Haken en Santiago no fue solo un show técnicamente impecable. Fue una experiencia emocional, compartida y profundamente significativa para quienes entienden la música como un viaje más que como un destino.

Setlist Haken

Puzzle Box

Atlas Stone
Beneath the White Rainbow
Cockroach King
Canary Yellow
1985
Prosthetic
Carousel
Deathless
Falling Back to Earth
Drowning in the Flood
 Visions

Reseña por René Canales
Fotos por Mario Miranda

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