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#Especial: Lemmy Kilmister: El Forajido Que Supo Cómo Morir

Lunes 28 de Diciembre, cerca de las 21 horas. Apenas llegué a la casa luego de otra jornada de trabajo, encendí el PC e inicié sesión en mi cuenta de Facebook. De pronto, un amigo me envía un escueto mensaje que, por un momento, me parecía una de las tantas bromas con las que remataba el Día de los Inocentes (en los países de habla inglesa en el Hemisferio Norte, el Día de los Inocentes se 'celebra' en abril). 'Murió Lemmy', rezaba el mensaje que no quería aceptar que fuese verdad, solamente una broma pesada, por no decir desagradable. Pero los medios oficiales, entre ellos la página oficial de Motörhead, hablaban en serio: Ian Fraser Kilmister (Lemmy para los amigos y enemigos), cuatro días después de celebrar sus siete décadas de vida, partía hacia la inmortalidad.

   Aún no me resigno. Todos sabíamos acerca de los problemas de salud que llegaron este año, más de una vez, a cancelar shows, giras agendadas (en el marco de la promoción del reciente "Bad Magic" y conmemoración de los 40 años del power-trío), incluso a bajarse del escenario en plena performance porque, simplemente, su estilo de vida le estaba pasando la cuenta, y bastante cara. Pero, siendo sinceros, quienes crecimos y vivimos admirando la leyenda (entonces) viviente del tipo que encarnaba el Rock n' Roll más allá de la música nunca pensamos que llegaría el día. Cinco años antes, nos tocó llorar la partida de Ronnie James Dio, otro veterano cuya juventud parecía el secreto para la vida eterna. Más que leyendas, hablamos de héroes. Y en el caso de Lemmy, más que un héroe, era un padre. Un papá al que muchos quisiéramos tener para toda la vida, traspasándonos sus experiencias, sus enseñanzas, su estilo de vida. Cuando te dicen que tu padre acaba de morir, el mundo se te cae en pedazos.

   Sin embargo, los fans de toda la vida tenemos clara una cosa al respecto: a Lemmy no se le llora. ¿Tiene sentido lamentarse amargamente hasta las lágrimas? Desde la primera vez que escuché a Motörhead hace muchos años (cuando vi el vídeo de 'Born to Raise Hell', donde la banda toca en un cine acompañado de Ice-T, intercalando imágenes de la película 'Airheads' protagonizada por Brendan Frasier), tuve claro que aquel señor de voz rasposa, grueso mostacho y particular verruga poseía una energía y vitalidad que poco y nada tenía que envidiar a los más jóvenes. Aquel caballero con aspecto de forajido había vivido y hecho todo lo que soñaba hacer cualquier aspirante a Rock-Star. Salvo un detalle: a diferencia de muchos que se escondían en la típica actitud de divo y 'artista incomprendido', Lemmy nunca olvidó que venía de la calle. Quien alguna vez se sintió orgulloso y feliz de haber sido roadie de un Jimi Hendrix que, a fines de los '60, remecía al mundo con su revolución sónica, sólo quería pasarlo bien, emborracharse y salir de juerga 24/7. Aquel muchacho que se hizo seguidor de The Beatles desde aquellos míticos eventos en el Cavern Club de Londres a principios de la década mencionada, sabía que un estilo de vida es precisamente eso: algo que tienes que poner en práctica todos los días de tu vida, no una mera etapa ni una pose como la que muchos adoptan para ganar adeptos. Porque, luego de su etapa en Hawkwind, Lemmy creó su propia banda, la cual adoptaría un sonido para nada complaciente. El Rock n' Roll por excelencia viene de la calle, donde se escribe realmente la historia.

    Mencioné antes que a Lemmy no se le llora. No tiene sentido llorar a alguien que nos entregó una música cuya propuesta nunca pretendió ser innovadora. Todo lo contrario: al seguidor acérrimo de Motörhead lo mueve el Rock n' Roll químicamente puro, más allá de sus derivados y etiquetas. Quien haya experimentado alguna vez el golpe eléctrico generado por álbumes como "Overkill", "Ace Of Spades" o un favorito como "Sacrifice" tiene dos opciones: lo amará u odiará. Muchos acusarán que Motörhead no inventó nada nuevo, que sus discos suenan iguales y repetitivos. A Lemmy, simplemente, le importó un carajo. Y a los fans también, pues de eso se trata el Rock n' Roll: rebeldía, suciedad, actitud mala leche contra lo políticamente correcto. Todo el mundo habla de Elvis, Chuck Berry, incluso de los mismos Beatles, Stones... Pero cuántos fueron capaces de mantener su discurso con el paso de los años? ¿Cuántos realmente se mantuvieron en su ley sin necesidad de complacer a la mayoría? Quien no haya puesto oreja a un directo como "No Sleep 'Til Hammersmith" jamás entenderá aquel sentimiento, esa experiencia que, para muchos jóvenes, fue la puerta de entrada hacia un lugar no apto para los débiles. Aquellos antros de perdición que tus padres miraban con asco, con el pasar del tiempo y la experiencia ya podías acceder por tu propia voluntad.

Más allá del músico, la figura del personaje fue lo que hizo de Lemmy alguien único. No solo por las interminables y legendarias borracheras, sino también por sus aficiones que lo hicieron alguien interesante dentro y fuera del Rock n' Roll. Y entre esas aficiones, destaca su colección de objetos nazis de la Segunda Guerra Mundial (la quinta colección más grande del mundo), un claro ejemplo de su interés por un conflicto bélico de tamañas proporciones como el que se llevó a cabo entre 1939 y 1945. Ni hablar de su singular record: haber tenido sexo con cerca de 1.200 mujeres, lo que, hasta ayer 28 de diciembre, lo mantenía como una de las leyendas sexuales vivientes de todos los tiempos junto a Charlie Sheen, Gene Simmons, Julio Iglesias, Bill Wymann (ex-bajista de The Rolling Stones), etc. Borracheras, mujeres, Rock dentro y fuera del escenario. ¿Merece mayor análisis todo eso?

   
Más allá de los homenajes, las palabras de pésame y el impacto que ha significado esta partida, hay una cosa que jamás debemos olvidar: la actitud. Por muy sensible que haya sido la pérdida, a Lemmy debemos recordarlo por lo mejor que nos enseñó como la leyenda viviente que alguna vez encarnó: el Rock n' Roll a todo volumen. Si a tus vecinos les molesta, da igual. Como dijo el mismo Lemmy, alguna vez, "si Motörhead se mudara a tu vecindario, las plantas morirían". La actitud que un veterano que, de una u otra forma, siempre supo cómo morir, la manera de encarar la muerte, el único motivo por el que se 'retiraría', dentro de un cajón de pino. Y con el volumen a tope, si es posible. Lemmy Kilmister nunca quiso vivir por siempre. Aquel señor nos enseñó siempre que la única manera de sentir la música es cuando sea buena y suene fuerte. El último forajido del Rock n' Roll tenía un As de Espadas bajo la manga que cubría su puño de hierro. Hasta el último momento saliiéndose con la suya.


Escrito por: Claudio Miranda

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