Cap´n Jazz en Chile: emoción, caos y culto


Hablar de Cap’n Jazz es hablar de una leyenda. De una emoción que desborda generaciones y de un culto que, gestado casi por accidente, terminó abriendo un camino que aún hoy parece inagotable. Lo que alguna vez fue un grupo de jóvenes de Chicago experimentando con el punk, el hardcore y la vulnerabilidad, se convirtió con los años en un nombre fundamental para entender toda una escena: el emotional hardcore.

El primer proyecto de los hermanos Tim y Mike Kinsella —junto a Dave Von Bohlen, Victor Villarreal y Sam Zurick— apenas se mantuvo activo seis años, pero bastó ese breve período para apretar el botón de inicio de algo mucho más grande. Con un solo álbum de estudio y una serie de EPs y compilaciones, la banda sembró las bases de una sensibilidad que definió los años siguientes, dando pie a proyectos esenciales como American Football, Joan of Arc, The Promise Ring u Owls. Cada reunión desde 2010 ha sido celebrada con fervor, acumulando nuevos adeptos y reforzando la mística de un grupo que parece existir fuera del tiempo.


Anoche, en su debut en Santiago de Chile, esa mística se materializó en el Club Chocolate, donde un público de distintas generaciones se entregó a una experiencia que combinó la nostalgia de las viejas glorias con la energía irreverente de una juventud que redescubrió a Cap’n Jazz en tiempos digitales. Desde los primeros acordes, el local del barrio Bellavista se transformó en un torbellino de energía, emoción y caos controlado.

El setlist fue un recorrido exhaustivo por su historia, una suerte de archivo vivo de su único álbum y los temas más celebrados de su catálogo disperso. El arranque con “Basil’s Kite” y “In the Clear” fue un golpe directo a la memoria colectiva, una entrada vertiginosa que marcó el tono de la noche: intensidad sin cálculo. Luego, piezas como “Yes, I Am Talking to You”, “The Sands Have Turned Purple” y “Ooh Do I Love You” mostraron la elasticidad del grupo entre la crudeza hardcore y los quiebres melódicos que definieron su sonido.


El momento más introspectivo llegó con “Tokyo” y “Olerud”, donde la banda logró que el frenesí del pogo diera paso a una escucha más atenta, casi reverencial. De ahí en adelante, el ritmo volvió a desbordarse: “Forget Who We Are” y “Bluegrassish” encendieron nuevamente al público, mientras “Little League” —uno de sus himnos más reconocibles— desató un coro colectivo que pareció resumir toda la emoción contenida de la noche.

Uno de los puntos más singulares del set fue “For Nate’s Brother Whose Name I Never Knew or Can’t Remember”, tema de Owls, que operó como un guiño a la genealogía musical que Cap’n Jazz abrió hace casi tres décadas. A partir de ahí, “Precious”, “Planet Shhh” y “Oh Messy Life” cerraron el bloque principal con la intensidad de una descarga final, entre abrazos, saltos y la sensación de estar viviendo algo irrepetible.


El encore fue puro descontrol emocional: “Flashpoint: Catheter” y la inesperada versión de “Take On Me” (de a‐ha) mezclaron humor, nostalgia y desparpajo, antes de que “Puddle Splashers” y “¡Qué Suerté!” sellaran la jornada con un estallido de energía que dejó al público entre la euforia y el desconcierto.

A lo largo del concierto, Tim Kinsella fue un espectáculo en sí mismo: errático, carismático y totalmente entregado, lanzándose una y otra vez al público como si el escenario no bastara para contener su impulso. A su lado, Dave Von Bohlen reafirmó su estatus como una figura esencial del emo internacional, con una ejecución impecable y una energía que se sostuvo hasta el último acorde.


Más que un concierto, lo de Cap’n Jazz en Santiago fue una ceremonia de reencuentro y transmisión: la confirmación de que el legado de una banda puede seguir creciendo incluso décadas después de su disolución. Lo que comenzó como un experimento juvenil en los sótanos de Chicago hoy se consagra como un capítulo indispensable de la historia del rock alternativo.

En una época donde el revival suele ser solo un gesto nostálgico, Cap’n Jazz demostró que su música aún respira con urgencia, con una honestidad que no envejece. Porque anoche, entre el caos y la catarsis, no solo se tocó un repertorio histórico: se reafirmó que el emo —en su forma más pura y desbordada— sigue siendo una manera de sentir el mundo.


Setlist

1. Basil’s Kite
2. In the Clear
3. Yes, I Am Talking to You
4. The Sands Have Turned Purple
5. Ooh Do I Love You
6. Tokyo
7. Olerud
8. Forget Who We Are
9. Bluegrassish
10. Little League
11. For Nate’s Brother Whose Name I Never Knew or Can’t Remember** (Owls cover)
12. Precious
13. Planet Shhh
14. Oh Messy Life

Encore:
15. Flashpoint: Catheter
16. Take On Me** (a‐ha cover)
17. Puddle Splashers
18. ¡Qué Suerté!


Reseña: René Canales
Fotos: Ariel Lobos

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