Cro-Mags: La Comunión del Caos



El hardcore. Esa sociedad secreta —como la llamó hace poco la banda Catharsis— en la que confluyen las influencias más vastas, los personajes más extraños y diversos, pero también las emociones más duras.

Quienes nos hemos sumergido en el seno de esta cultura subterránea sabemos que el flechazo al corazón es instantáneo y comprometedor. Porque, más allá de la música, hay cosas que no son capitalizables, ni siquiera descriptibles: cosas que nos pertenecen y que emergen cuando entramos en contacto con esta contracultura que tanto nos gusta, que habitamos en nuestros rincones más personales y que llevamos como bandera de lucha en cada esquina donde nos toca izar nuestros colores.


Pocas veces tenemos la oportunidad de presenciar un show donde todo esto quede claro incluso horas antes de que empiece el espectáculo. No porque no suceda a menudo, sino porque son contados los conciertos donde, además de confluir la calidad sobre el escenario, la imagen de lo que tenemos enfrente nos evoca una sensibilidad abrumadora. Donde el acontecimiento mismo se siente como una auténtica locura, y apenas nos queda cordura para procesar lo que estamos a punto de vivir —algo que se instala en uno incluso antes de que suene la primera nota—.

Esto, que puede sonar como una exageración enorme, fue exactamente lo que sentimos al ver a Harley Flanagan, uno de los nombres más legendarios del género, a punto de subir al escenario del Teatro Cariola el pasado 9 de octubre, con su versión de los incombustibles Cro-Mags.


Si de historia hay que hablar, Harley Flanagan tiene —literal y figurativamente— un arsenal de memorias que darían para varios libros y documentales. Y eso fue, precisamente, lo que vimos anoche: una personalidad cuyo oficio es el caos, capaz de canalizarlo entre quienes lo observan desde el público sin el menor problema.

El set arrancó con una violencia contenida que se desató apenas sonaron los primeros acordes de “We Gotta Know”, abriendo paso a una tormenta perfectamente orquestada. El sonido fue directo, crudo y sin adornos, como si cada golpe de batería y cada riff se propusieran atravesar la carne. A su alrededor, el escenario era un campo de batalla: Flanagan se movía de un lado a otro marcando el pulso con la mirada, su bajo colgando como un arma, mientras el público respondía con una energía casi ritual. No había distancia entre banda y audiencia: apenas una masa compacta que respiraba al mismo ritmo, saltaba al unísono y se dejaba arrastrar por ese torbellino de disciplina y furia que define al hardcore neoyorquino.


El recorrido fue parejo y feroz, hilando clásicos como “World Peace”, “Malfunction” y “Street Justice” con una precisión casi militar. Entre cada tema, Harley lanzaba frases cortas, provocaciones o risas que mantenían la tensión en su punto justo, como si todo el show fuera un acto de equilibrio entre el descontrol absoluto y la maestría de quien lleva más de cuatro décadas viviendo dentro del caos. Cuando sonó “Crush the Demoniac”, del grandioso Best Wishes, el Teatro se vino abajo: una ola de cuerpos arremolinados, una explosión de gratitud colectiva hacia una banda que sigue representando la médula del hardcore más puro.

Desde el primer breakdown hasta el último acorde, la muchedumbre fue una corriente de cuerpos a torso desnudo que corrieron una maratón entera durante casi una hora de show. Lo que pasaba sobre el escenario se replicaba abajo: un espejo perfecto de sudor, frenesí y comunión.


Con Harley animando a todos a sacudir el local sin tapujos, apoderándose del espíritu del recinto, la energía de aquellas jornadas en el CBGB podía sentirse perfectamente en el Teatro Coliseo. Ahí radica la importancia de saber que acá también se vive el hardcore con la misma pasión histórica que veíamos en los videos de antaño: con fuerza, empuje y aguante.

Siguiendo ese régimen de efusividad casi como si se tratara de seguir una biblia, ver a Cro-Mags es presenciar una comunión donde se juntan todas las ánimas y se libera el pecado del caos. Algo que, de nuevo, nos lleva a esa idea que repetía Catharsis: en el hardcore hay una sociedad secreta con sus propias directrices, sus referentes y sus reglas. Y anoche, más de alguno fue liberado —en cuerpo y espíritu— de todo aquello. Siguiendo a Cro-Mags: entramos como alpha y salimos como omega.


Setlist

We Gotta Know

My Life

Crush Demoniac

No Ones Victim

From the grave

World Peace

Show you no mercy

Malfunction

Days of Confusion

The only one

Down but Not Out

These Streets

Life of My Own

Apocalypse Now

Hard Times


Reseña por René Canales

Fotos por Mario del Río

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