En la historia del hardcore de Nueva York, pocos nombres tienen la carga simbólica y la ferocidad de Harley Francis Flanagan. Su biografía es casi un mapa de las contradicciones de esa ciudad en los años setenta y ochenta: bohemia y violenta, creativa y autodestructiva. A caballo entre la cultura beat, la decadencia del Lower East Side y la violencia callejera, Flanagan encarna al mismo tiempo la crudeza del hardcore y la redención por medio de la búsqueda de un ancla espiritual.
Harley nació el 8 de marzo de 1967, hijo de Tex Flanagan y de Rose “Rosebud” Feliu-Pettet. Su madre, actriz, escritora y musa de la Generación Beat, había trabajado en películas de Piero Heliczer y Harry Smith, y aparecido en obras de Andy Warhol. Crecer en ese ambiente significaba convivir con personajes que rondaban entre el arte y la marginalidad, entre el fulgor cultural y la precariedad económica.
A los siete años, Harley ya escribía poemas y dibujos, reunidos en un pequeño libro publicado con prólogo del aclamado poeta Allen Ginsberg, un amigo cercano de la familia. La bohemia lo rodeaba, pero también lo lanzaba a una infancia sin demasiadas reglas ni refugios.
Con apenas once años, se sentó por primera vez frente a un público como baterista de los Stimulators, banda punk neoyorquina que lo convirtió en un niño prodigio de la escena. Mientras otros chicos de su edad jugaban en los parques, él compartía escenario en clubes oscuros, frecuentaba artistas y punks veteranos, y observaba de primera mano un mundo que combinaba glamour underground con una fuerte dosis de violencia cotidiana.
La adolescencia de Flanagan coincidió con el estallido del hardcore en Nueva York. En un entorno marcado por pandillas, drogas y abandono urbano, Harley encontró tanto inspiración como peligro. Su identidad comenzó a definirse en los márgenes: se afeitó la cabeza en Belfast, donde conoció de primera mano la cultura skinhead, y llevó esa estética a su regreso a Estados Unidos.
El hardcore era entonces más que un género musical: era una sociedad secreta entre el choque pandillero, el hooliganismo y la espiritualidad contracultural. Flanagan fundó Cro-Mags en 1981, cuando apenas era un adolescente, y pronto se convirtió en un personaje central de la escena. La crudeza de su música reflejaba la crudeza de su vida: peleas constantes, drogas, amistades peligrosas y un Nueva York sumido en la crisis de los años 80´s.
El corazón de la historia de Cro-Mags fue siempre el choque de energías opuestas. Harley, skinhead del Lower East Side, envuelto en peleas y problemas legales, frente a John Joseph, vocalista marcado por su conversión al krishnaísmo. Esa tensión entre violencia y espiritualidad, caos y orden, definió a la banda tanto como su música.
Flanagan nunca negó su cercanía con algunas ideas filosóficas krishna, pero rechazó el dogmatismo religioso: “Necesitaba algo más allá del caos que vivía, pero no quiero nada con organizaciones religiosas”, ha dicho. Su visión siempre estuvo atravesada por la contradicción: buscar un sentido superior mientras sobrevivía entre peleas callejeras, cuchilladas y noches interminables.
El episodio más recordado de esa turbulencia ocurrió en 2012, en el CBGB Festival en Webster Hall, donde terminó arrestado tras un violento enfrentamiento con antiguos compañeros de banda. Flanagan siempre aseguró que fue una emboscada, que actuó en defensa propia y que el único pensamiento que lo movía en ese momento era poder salir vivo para volver a ver a sus hijos.
Parte de su historia no puede entenderse sin mirar su origen. Su padre, un pequeño delincuente; su madre, una mujer brillante pero errática, marcada por la bohemia y sus excesos. Flanagan ha reconocido que crecer en ese entorno significó aprender a sobrevivir desde temprano: “No tuve padres perfectos; tuve que aprender a defenderme desde niño”.
Esa escuela de supervivencia fue, al mismo tiempo, la que lo empujó a buscar más tarde estabilidad en su rol como padre. El nacimiento de sus hijos y la necesidad de darles una vida distinta a la que él vivió lo empujaron a cambiar su rumbo. Si el hardcore le dio identidad, el jiu-jitsu brasileño le dio disciplina y calma. Se convirtió en cinturón negro y profesor en la Renzo Gracie Academy, donde ha entrenado a luchadores profesionales y a personalidades tan diversas como la hija del chef Anthony Bourdain, personalidad a quien ha destacado dentro de sus amistades más queridas.
El tatami reemplazó a la calle como espacio de combate. “Al principio entrenaba para pelear, ahora lo hago por amor al arte”, ha explicado. El jiu-jitsu se convirtió en su vía de escape frente a la autodestrucción y en el lugar donde aprendió a encontrar paz después de décadas de violencia.
Hoy, Harley Flanagan no es solo el bajista histórico de los Cro-Mags. Es también el niño que creció entre poetas y punks, el adolescente que se curtió a golpes en Nueva York, el adulto que casi muere en una emboscada y el padre que encontró en el jiu-jitsu y la familia una forma de reconstruirse.
“Soy feliz despertando junto a mi esposa y mis hijos. No necesito estar en un tour bus para alimentar el ego”, ha dicho, con una serenidad que contrasta con su imagen de leyenda callejera. Su vida demuestra que el hardcore no es solo un género musical, sino también una forma de estar en el mundo: dura, cruda, contradictoria, pero también capaz de transformarse y encontrar, al final del camino, cierta paz.
Recuerda que Cro-Mags liderados por Flanagan se presentará en Chile el próximo 09 de octubre en Teatro Cariola en el marco del Festival Crossover Attack V. Las entradas se encuentran a la venta a través de Ticketplus.
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