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Thundercat: El templo del Groove

René Canales17 de agosto de 2025


Cuando hay talento, todo es cancha. Eso es algo que Stephen Lee Bruner —mejor conocido como Thundercat— parece tener grabado en su ADN. El pasado 16 de agosto, el Coliseo se transformó en un laboratorio sónico donde tres músicos bastaron para construir un universo sonoro desbordante, repleto de matices y pulsos que hicieron olvidar el frío santiaguino y las cancelaciones que habían postergado su visita en más de una ocasión.

Desde temprano, el ambiente en las afueras del recinto ya daba cuenta de la expectación: conversaciones cruzadas sobre la espera del show y un público diverso que iba desde seguidores de la escuela del jazz contemporáneo hasta jóvenes que llegaron por la ruta del hip hop. Todos reunidos por un mismo objetivo: ver de cerca al hombre que ha hecho hablar a un instrumento que siempre posa en silencio.



Sin acto de apertura más que un DJ, a las 21 horas, las luces se atenuaron y Thundercat entró con paso relajado, sonrisa cómplice y su imponente Ibanez TCB1006 con una viñeta de Asuka —personaje de Neon Genesis Evangelion— iracunda tatuada, colgado del cuello. Lo primero fue Candelight, un tema inédito hasta ahora, que funcionó como declaración de intenciones: el show no se limitaría a un repaso de éxitos, sino que también sería un espacio para compartir procesos creativos en tiempo real. Desde ese momento, la consigna quedó clara: precisión técnica al servicio del goce colectivo.

La puesta en escena fue minimalista: un trío compacto, sin adornos, ni escenografía ostentosa. Apenas luces rojas y azules bañando los cuerpos, como si todo se redujera a lo esencial: el bajo, la batería y los teclados. Pero ese minimalismo se transformó en virtud, porque lo que parecía simple terminó desplegándose como un entramado complejo de capas rítmicas y melodías imposibles. El groove, siempre al frente, se volvió contagioso hasta lo físico: cabezas que se mecían sin resistencia, torsos atrapados en patrones sincopados, un teatro entero convertido en caja de resonancia de un virus infeccioso al que nadie quería poner remedio.



Entre canción y canción, Thundercat desplegó otra de sus facetas: el humor. Con la misma naturalidad con que desgrana escalas endiabladas en su bajo, se toma un minuto para bromear con el público, compartir anécdotas, o simplemente lanzar frases cómplices que rebajan la solemnidad del virtuosismo. Esa ligereza conecta: convierte lo que podría ser un recital técnico en una experiencia cercana, casi hogareña.

El repertorio avanzó entre pasajes hipnóticos y explosiones de virtuosismo. Sonaron los clásicos para corear —desde Dragonball Durag hasta Them Changes, con su falsetto elevándose hasta lo más alto del Coliseo— y también hubo espacio para los homenajes que marcan la identidad del artista. Uno de los momentos más emotivos llegó con el recuerdo a Mac Miller, a quien dedicó unas palabras cargadas de afecto, mientras que en otro pasaje evocó la figura de Ozzy Osbourne, un guiño inesperado que hizo vibrar a quienes reconocen en Thundercat esa cualidad camaleónica de navegar entre géneros y tradiciones sin perder autenticidad.



El trío que lo acompañó no fue un mero soporte: cada integrante brilló con nombre propio. La batería se transformó en motor de precisión milimétrica, capaz de sostener polirritmias frenéticas y luego bajar la intensidad a un susurro. El teclado, por su parte, aportó texturas que expandieron el espectro sonoro hasta darle al trío la dimensión de una orquesta invisible. Esa complicidad entre los tres convirtió al concierto en una conversación musical constante, con improvisaciones que hicieron de cada tema una versión única, irrepetible.

Hacia el final, el Coliseo ya estaba entregado por completo. El falsetto de Bruner, etéreo y delicado, contrastaba con la potencia física del bajo, y ambos convivían en un equilibrio perfecto. El tiempo pareció diluirse: una hora y media se sintió como un parpadeo, y sin embargo, nadie quería que acabara. Cuando el último acorde se apagó, quedó la certeza de haber presenciado algo más que un concierto: fue un rito de comunión, una fiesta íntima y expansiva al mismo tiempo, en la que Thundercat dejó claro que su música no necesita artificios para brillar.



El regreso a Chile se saldó con éxito absoluto. Más que un espectáculo, fue una demostración de madurez artística y cercanía humana. Thundercat no solo tocó el bajo: recordó al público chileno que la música puede ser a la vez juego, virtuosismo y catarsis. Una noche mágica que reafirma por qué, cuando Stephen Bruner está sobre un escenario, el tiempo se suspende y el groove manda.
Setlist 
Candlelight
How Sway / Uh Uh
A Fan's Mail (Tron Song Suite II)
I Love Louis Cole
Black Qualls
No More Lies
ADD Through The Roof
King of the Hill
Overseas
Isn’t It Strange (Pedro Martins cover)
Walking On the Moon
Existential Dread
Dragonball Durag
Children of the Baked Potato
Great Scott / Innerstellar Love
Show You the Way
Heartbreaks + Setbacks / Friend Zone
Funny Thing
Them Changes
Oh Sheit It's X


Reseña por René Canales
Fotos por Antonia Bisso
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