Green Day: Escuela de vida


Es difícil sentarse a escribir sobre el show de una banda con el peso biográfico que tiene Green Day. Por un lado, surge el deseo de ser “lo más objetivo posible” al evaluar los aspectos técnicos y escénicos para dar cuenta de la calidad del espectáculo; sin embargo, la nostalgia y la emoción inevitablemente se interponen en esa tarea periodística. Es probable que muchos lectores compartan recuerdos similares al escuchar canciones como Basket Case, When I Come Around o Boulevard of Broken Dreams: ímpetu adolescente, indecisiones, impulsos, incomprensión, desobediencia, aprendizaje y crecimiento. Como reza Coming Clean, estuvimos confundidos y desilusionados, aprendiendo lo que significa crecer, algo que solo nosotros entendemos. Tal vez por eso Green Day se parece tanto a una escuela en la que se atraviesan todas las etapas, pero de la que uno no se gradúa hasta verlos en vivo. Y eso, precisamente, fue lo que ocurrió ayer en el Parque Estadio Nacional: nos graduamos.

La emoción de esta “licenciatura” comenzó incluso antes de que la banda apareciera en escena. El anuncio por los altoparlantes, acompañado de Bohemian Rhapsody mientras el escenario permanecía en penumbras, encendió la energía del público. Todo quedó dispuesto para que, al ritmo de Blitzkrieg Bop, irrumpiera en escena “Drunk Bunny”, la mascota de la banda desde hace más de dos décadas, recorriendo el escenario de un lado a otro y animando a la multitud. La tarea no es menor: esos corpóreos son un horno andante y la distancia cubierta fue enorme; por un instante pensé que, si no era un maratonista, quien estuviera dentro del disfraz terminaría desvanecido tras bambalinas. Años atrás era el propio Tré Cool quien asumía este número, pero el tiempo pasa y, con casi dos horas de show por delante, lo más sensato era delegar la labor a alguien del staff. Con ese preámbulo vibrante, la ceremonia quedó oficialmente inaugurada.


El primer gran estallido llegó con American Idiot, ese himno radial que marcó un antes y un después en la carrera de Green Day. No solo abrió las puertas a una nueva generación de oyentes adolescentes en pleno siglo XXI, sino que también reveló una firmeza inédita: la madurez de la banda para abordar, a su manera, temas políticos y sociales. El disco que lo alberga tiene como eje la profunda disfunción de la sociedad estadounidense de comienzos de los 2000, una cultura que, a la luz de los hechos, parece inmutable. No por nada Billie Joe Armstrong ha confesado en varias ocasiones su sorpresa al constatar que un álbum que parecía coyuntural sigue siendo vigente dos décadas después. Ayer no perdió la oportunidad de subrayarlo, modificando la letra de American Idiot con un golpe directo a la administración Trump al cantar “I'm not part of the MAGA agenda”, o en Jesus of Suburbia, cerrando con un rezo por Palestina: “Running away from pain like kids from Palestine”. Piel de gallina. Pero volvamos al show: locura absoluta. Las primeras filas eran un torbellino que se agitaba en todas direcciones, intentando acompasar esa descarga frenética con el canto colectivo. Y el coro, entonado palabra por palabra con precisión casi ritual, sonó como si se tratara de un himno nacional. Un fenómeno que se repetiría a lo largo de la noche.

El concierto avanzó entre clásicos infaltables y canciones más recientes. Cabe destacar que, aunque ayer vimos a un Green Day más maduro que en visitas anteriores —con mayor cuidado en los recursos de animación, en la interpretación, en la estructura del espectáculo e incluso en el lenguaje, pues Billie Joe ya no recurre a las groserías de antaño—, algunos rituales permanecen intactos. La banda sigue moviéndose por todo el escenario y transmitiendo energía, logrando un show visualmente atractivo incluso en los momentos más contenidos. Eso, en lo personal, me sorprendió: es un grupo que, sin perder el espíritu juvenil que lo caracteriza, ha sabido aceptar la madurez que impone el paso del tiempo y adaptar su propuesta para mantenerse vigente frente a una audiencia que crece junto a ellos. No es una tarea fácil, pero ¿quién dijo que el punk rock no puede ponerse corbata de vez en cuando?


Y, si algunas cosas cambian, otras permanecen como un sello indeleble. Así quedó demostrado cuando, en Know Your Enemy, la banda invitó a una fanática al escenario para acompañar el quiebre de la canción. Este rito, que el trío californiano ha repetido en distintas variantes —en ocasiones invitando incluso a tocar un instrumento—, refuerza esa cercanía que Green Day cultiva con naturalidad y que pocas agrupaciones logran transmitir. Siempre he pensado que gestos como este son un guiño a las jornadas en Gilman Street, donde cualquiera podía subirse al escenario y mezclarse con la banda en pleno frenesí: la esencia misma del punk rock.

El Parque Estadio Nacional fue, durante toda la jornada, un coro multitudinario inagotable. Ninguna canción quedó sin eco en las miles de voces que colmaron la explanada. Desde la euforia desatada con Holiday y Boulevard of Broken Dreams hasta la nostalgia compartida en Wake Me Up When September Ends, que arrancó con un improvisado “Olé” del público que la banda acompañó brevemente de manera instrumental. El viaje fue completo: himnos generacionales como Basket Case, When I Come Around y She convivieron con momentos inesperados.


Uno de ellos fue, sin duda, Haushinka. Se sabía que había dos cortes que la banda solía rotar entre shows —normalmente decididos la misma noche—, y la expectación en Chile era alta: en Colombia sonó The Grouch y en Perú Coming Clean. Esta vez, en el Parque Estadio Nacional, la elegida fue Haushinka, una rareza dentro de la discografía de Green Day. Nacida como demo en 1992, descartada de Dookie y recuperada recién en 1997 para Nimrod, había sido interpretada por última vez hace 28 años, en un set en Idaho. Anoche volvió a la vida, como destacó Billie Joe al cerrar el tema: “había que tocar una canción especial para un público tan especial”.

El resto del repertorio mantuvo la energía al máximo: la crudeza de Brain Stew, la teatralidad de St. Jimmy y el manifiesto épico de Jesus of Suburbia que evocaron las únicas bengalas de la noche, coreado de principio a fin como una auténtica liturgia punk. En medio de todo, Green Day jugó con sus propios códigos: riffs prestados de Iron Man antes de Hitchin’ a Ride, hoy con un peso especial como homenaje al reciente fallecimiento de la leyenda Ozzy Osbourne; guiños a su repertorio clásico en Dilemma y la introducción solemne de cada miembro durante Longview y Minority. Cada gesto reforzaba la complicidad con el público, que respondió con saltos, mosh pits improvisados y un fervor que hizo vibrar el Parque de punta a punta. En ese sentido, la audiencia no fue solo espectadora, sino parte fundamental del espectáculo, elevando cada canción al rango de celebración colectiva.


Billie Joe Armstrong es un frontman con todas sus letras, el maestro de ceremonias que una jornada de este calibre exige. Tiene el talento para dominar a una multitud, pero lo hace con la misma actitud de cuando ensayaba en el garage de Oakland bajo el nombre de Sweet Children, antes de que Green Day existiera formalmente. Su conexión con el público es profunda: sabe que se le obedece al pie de la letra, ya sea al pedir que todos salten tras un conteo del 1 al 4 en el breakdown de una canción, o al revivir el clásico “eeeooo” de Freddie Mercury, que con los años ha convertido en un gesto propio. El pacto se selló cuando, en Bobby Sox, preguntó a viva voz: “¿Quieren ser mis mejores amigos?”.

El resto de los miembros, aunque más concentrados en la ejecución, también supo jugar con el público. Mike Dirnt, fiel a su estilo reservado, animaba a las primeras filas a gritar y cantar, mientras Tré Cool, tras su batería, se daba el lujo de robar cámara con muecas dirigidas a las pantallas, demostrando que además de su talento indiscutible en los tambores, mantiene intacto su humor y desparpajo.


El cierre llegó con Good Riddance (Time of Your Life), la postal inevitable de cada presentación de Green Day y el broche perfecto para lo vivido anoche en el Parque Estadio Nacional. Armstrong, solo con su guitarra acústica, dejó que la multitud entonara los versos como si se tratara de un discurso de clausura en el que todos éramos parte. “It’s something unpredictable, but in the end it’s right…” resonó como recordatorio de lo que intuíamos desde el inicio: Green Day ha sido, para varias generaciones, una escuela donde aprendimos a crecer entre dudas, rebeldía y descubrimientos. Verlos en vivo es, de alguna manera, la graduación que completa ese ciclo.

Y quiero creer que el público lo entendió así, coreando hasta el último acorde como si quisiera atrapar el instante y prolongarlo para siempre. No se trata de solo canciones, ni tampoco de una etapa: es también una declaración de principios, un brindis por el tiempo compartido y una invitación a aceptar que, aunque los años pasen, hay experiencias que permanecen tatuadas en la memoria.


Setlist Green Day

American Idiot Holiday Know Your Enemy Boulevard of Broken Dreams One Eyed Bastard Revolution Radio Longview Welcome to Paradise Hitchin' a Ride Haushinka Brain Stew St. Jimmy Dilemma 21 Guns Minority Basket Case When I Come Around She Wake Me Up When September Ends Jesus of Suburbia Bobby Sox Good Riddance (Time of Your Life)


Reseña por René Canales

Fotos por Diego Pino


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